Antonio Navarro está enamorado de la luz de su tierra levantina y del enorme atractivo de la mujer. De estos dos elementos se sirve para crear su peculiar sinfonía pictórica. Sus mujeres nos envían desde el lienzo un mensaje de sosiego, de serena belleza. Hay que encontrarás alguna vez con pintores como éste, alejados de cualquier vanguardismo, para reconciliarse con una manera de entender el arte que sin duda puede estar anclada muy lejos de la actualidad, pero que nos lleva a un mundo compuesto por la armonía, que nos transmite un mensaje sencillo: el de un ser humano bañándose los colores de la vida, viviendo su propio misterio, a la luz del Mediterráneo.
La pintura Antonio Navarro es un prodigio de delicadeza, de luz, de ensoñación y, en definitiva, de belleza. Sus cuadros, pintado con un espectacular realismo impresionista, nos sumergen desde la primera ojeada en un mundo irreal, utópico, en una feliz arcadia a través de la cual Navarro nos guía con mano de maestro.
En cada uno de sus cuadros el pintor nos ofrece tres dimensiones distintas, primero el paisaje un entorno en el que la naturaleza se muestra, exuberante, en una eterna primavera. Después un pequeño bodegón de flores, frutas u objetos preciosos, y en el centro de la composición, presidiendo todo, la figura de una hermosa mujer de gesto recatado qué miras en su interior, con los ojos semicerrados para no ser heridos por el torrente de luz que la artista derramó sobre lienzo.
Los cuadros de Navarro están saturados de color, pero milagrosamente, su espléndida paleta consigue que ningún momento el exceso moleste. Logra el artista crear armonía a base de conjurar la ciencia del contraste. Sucede en sus obras lo mismo que los paisajes naturales, donde nunca hay nada que sobre, nada que esté fuera de lugar. Así sus flores son como castillos de fuegos de artificio, su descanso en artesanas cestas de mimbre es sólo aparente, en cualquier momento pueden alzarse en un vuelo milagroso más allá de la plana superficie del lienzo.
Y las mujeres, las románticas mujeres de Antonio Navarro. Mujeres sin nombre, sin edad, seres anónimos que viven fuera del tiempo, seres etéreos recogidos en sus propias circunstancias, saliendo de un sueño y viviendo en un sueño. Quizá en una primera impresión podemos pensar que la mujer que forma el harén pictórico de la artista, está utilizar simplemente como un elemento más allá de la composición, sin más trascendencia que las flores, los árboles o los objetos. Pero si nos detenemos entre ella y las estudiamos en profundidad, nos damos cuenta de que en cada rostro, en cada figura, se esconde una historia. Estas mujeres prestan su figura al pintor, pero guardan para sí, tras sus parpados semicerrados, historias de amor, de sufrimiento, de misterio...
Navarro comenzó su carrera de éxitos artísticos pintando personajes rústicos, hombres y mujeres de campo que ejercían labradores o de ganaderos. Después paso por una etapa en la que los niños fueron su principal motivo de inspiración y ahora dedica sus pinceles casi exclusivamente a pintar sus mujeres. “pero esto no es definitivo ni mucho menos, cualquier día los argumentos pueden cambiar totalmente, de igual forma que están evolucionando mi forma de pintar. Hasta hace algún tiempo procuraba ceñirme a las formas más clásicas pero poco a poco estoy pasando al impresionismo, un estilo que me permite captar toda la belleza de la luz mediterránea, esa luz que llevamos dentro los que hemos nacido en las costas levantinas” afirma.
Las figuras de Antonio Navarro, casi nunca miran al espectador. Y eso fascina. Los ojos del que observa no suelen encontrarse con esos otros ojos que son objeto de nuestro interés. No es posible el cruce de miradas: el espectador no logra traspasar, por más que insista, el paradigma virtual que contempla. Y eso fascina más aún.
Todo hace pensar, todo indica, que el mundo plasmado por Antonio Navarro está más allá de los límitesde nuestro universo cotidiano, esos límites nuestros, que de tan absolutamente conocidos a veces, nos resultan en ocasiones faltos de interés. Por eso fascinan los mundos de Antonio Navarro, por eso seducen igualmente sus habitantes, porque no están a nuestro alcance, porque prometen nuevas realidades.
El suyo es un realismo mágico que cautiva. Y todo, y siempre, en pro de ensalzar la figura humana, que es el centro y objetivo incuestionable de sus composiciones. Primer plano: en detalle, minucioso, perfeccionista, cálido... humano, tras él, fondos que potencian, enfatizan la figura sin desviar la atención del que observa; otro lienzo; luz y color para ensalzar a la verdadera protagonista: la persona.
Hermosas flores, hermosas mujeres y sugerentes representaciones de niños: estos son los elementos principales con los que cuenta la iconografía del Antonio Navarro. Una vez más, resalta la enorme potencia de sus colores y la fácil traza del dibujo.
Navarro es uno de los grandes clásicos de la pintura española actual. En sus pinturas reinventa el impresionismo y lo adapta a la luz y los motivos de las costas mediterráneas. Paredes blancas habitadas por abigarrados manojos de flores y siempre, al fondo la línea azul del viejo mar. Navarro, en este brillante paisaje, incluye la mayoría de las veces la figura de una mujer. Son las suyas mujeres misteriosas de enorme belleza que se integran en la naturaleza y que en ningún caso miran directamente al pintor. Son femeninas reconcentradas en sus pensamientos, viviendo el momento desde dentro, creando poesía con su sola presencia.
La conjunción del paisaje y las figuras convierten los óleos de este singular artista en pinturas llenas de un vigoroso romanticismo y en espléndidas muestras del mejor impresionismo. Pero hay más. A veces, el pintor, se decide a incluir en la tersa superficie del lienzo algunas frutas, que se convierten en sensacionales bodegones y ponen otro verso en la poesía pictórica que nos brinda. Bodegones que añaden un capitulo a la historia que se intuye detrás de tantas sabias pinceladas. Logra el artista crear armonía a base de conjurar la ciencia del contraste. Sucede en sus cuadros lo mismo que en el transcurrir del tiempo en los paisajes naturales, que misteriosamente todo se acopla y funciona estéticamente. Nada sobra ni falta en las virtuosas composiciones de Navarro.