Los saberes innatos de Calleja se expresan en óleos que componen espacios ajustados, precisos donde el agua adquiere un suave y poético protagonismo.
Una serena distancia mantiene Calleja entre el espectador y su obra instalada en una realidad armoniosa, plácida y atmosférica concebida por el juego de tonalidades medias de blancos y azules que van describiendo la forma de sus puertos y dársenas en las que descansan yates y veleros durmientes, arropados por el alba.
A la espera de nuevas travesías su letargo es velados por mudos testigos; la ciudad, la tierra y el mar sincronizados con los elementos naturales para mantener la calma profunda de un espacio que exhala paz y quietud, que nos complace.