Toda la obra en bloque, del artista hispalense Gálvez Sollero es exponente de esa gracia repajolera que unge a la pintura sevillana.
Gálvez Sollero pertenece a ella, en razón de sus premisas conceptuales en razón de su estilística exaltado realismo, proclive a las connotaciones hiperrealistas.
Es posible que su arte se haya forjado, en algunos maestros sevillanos, y sobre su paleta, están pasando decisivamente esos mismo traviesillos duendes, que también se instilaron en su día en las paletas rebosantes de la gracia pictórica de Alfonso Grosso, Juan Miguel Sánchez, Baccarisas, Eufemiano, Antonio Agudo y Justo Girón.
Gálvez Sollero es un pintor completo, cuyas estructuraciones compositivas, armonizaciones cromáticas, y resonancias lumínicas, descansan sobre los firmes cimientos de un gran dibujo riguroso y decisivo. Ese dibujo recio es precisamente, el que le permite tratar con convicción las formas de la figuración, en cuadros de escenas costumbristas playeras y campestres. El que le permite captar el misterio de las cancelas de los increíbles patios sevillanos, y el que domina esplendorosamente en los cuadros intimistas de interiores penumbrosos, en los que ostentan el protagonismos, flores, frutos, y cosas humildes de nuestro entorno, y que alientan gozosamente recostados entre los pliegues eurítmicos de suntuosas telas sedeñas exornadas con lujuriantes encajes.
Rizan el rizo, en esta serie, las composiciones en las cuales los mares de pliegues se desarrollan en torno a cristalinos vasos con jazmines y a poéticas caracolas.
Pintura preciosista en suma que por estar realizada con un inmenso amor obliga a contemplarla también amorosamente.