Nació en 1950 en el mismo Cabañal y su destino no parecía orientado hacia la pintura. En casa hacía falta dinero y tuvo que ponerse a trabajar bien pronto, en lo que fuera. Siguiendo la tradición familiar se empleó en la Tabacalera, empaquetando cigarrillos, y fue pinche de cocina. Pero le gustaba admirar a los maestros impresionistas y se entusiasmaba también con el post-impresionismo. El gusanillo de la pintura terminó de prender en el cuando tenía 25 años. Por entonces pintaba en los muelles del puerto de Valencia. Y allí ocurrió el pequeño milagro que le conduciría hacia la espléndida trayectoria profesional que hoy despliega José Luis: Me adoptaron los pintores del famoso grupo Pont de Fusta
Este popular grupo, que adquirió tal denominación por haberse conocido la mayoría de sus integrantes alrededor del antiguo puente de madera sobre el Turia, cerca de las Torres de Serranos, estaba formado, entre otros, por Jorge Guillemot, Máñez, Estellés, Moya, López Tébar, Arnedo, Vázquez Castells... Checa reconoce que se apiadaron de mí; no es que me vieran entonces materia prima suficiente y por desarrollar, aunque sí mucha afición, y me dijeron: anda, vente con nosotros.
Checa es un artista de retina, alerta e hipersensible al que le conmueve la hermosa y cambiante epidermis cromática de la naturaleza; un pintor enamorado de lo más transitorio y fugaz del mundo y el entorno: La luz, el cielo, las nubes, el agua.... y por lo mismo checa es también y será siempre un paisajista que es lo que fueron, esencialmente, los antiguos y más puros afiliados al impresionismo.
Tiene un aire de Sorolla que a el le gusta y hasta cultiva inconscientemente, desde su enorme modestia. Lleva la barba poblada y usa sombrero de paja cuando desgrana sobre el lienzo las pinceladas certeras que transmiten las impresiones de formas y colores que captan sus ojos entornados. Porque José Luis Checa es un pintor impresionista, como Sorolla, salvando las distancias, y suele pintar bajo la luz intensa de las playas del Cabañal y la Malvarrosa. Verdaderamente físicamente recuerda a Sorolla, barba poblada, sombrero de paja cuando pinta y una pincelada impresionista que transmite toda la luz y el color de las playas del Cabañal y la Malvarrosa.
A partir de ahí empieza un largo recorrido de autodidacta, pero con el encomiable apoyo técnico de Guillemot, que fue quien me mostró la técnica, la base. Nunca fue a una escuela regular de pintura, pero llegó a un acuerdo tácito con Guillemot: Yo le llevaba en mi coche y el me enseñaba. Así se hizo impresionista, seguidor de la estirpe clásica de los pintores españoles que fueron pensionados a Roma -como el propio Sorolla, o Martín Rico-, y adquiriendo la influencia de las temáticas venecianas, que ahora plasma con gran rigor en sus cuadros. Pinta del natural y reinterpreta lo que ve, pero sin miedo, yendo al toro, aunque luego se retoca en el estudio, naturalmente, se perfecciona algo, pero sin perderse en demasiados retoques sobre las primeras impresiones, porque entonces lo acabas estropeando.
Señala que a veces pinta más para mí y otras debe decantarse por cuadros alimenticios, porque hay que vivir, y si los clientes prefieren una línea determinada, un producto, hay que ofrecérselo. Y confiesa que, como artista profesional, fue la relación con Galería de Arte Subastas de Valencia la que le dio el espaldarazo definitivo para lanzarle.