La pintura de temas rocieros hunde sus raíces en la pintura romántica y costumbrista andaluza, nacida en el siglo XIX gracias a la llegada en torno a 1830 de numerosos artistas al sur de España, fundamentalmente ingleses y franceses, que además extendieron el gusto de lo castizo andaluz por toda Europa.
Poco después, durante el segundo tercio del XIX, pintores locales como Domínguez Bécquer, Cabral Bejarano, Cortés Aguilar o Federico M. Eder tomarán el relevo ofreciendo en sus lienzos escenas típicas sevillanas y andaluzas, como calles y patios, majos y bandoleros, escenas de cante y baile, y además, escenas de romerías como la de El Rocío.
La temática del costumbrismo romántico, y especialmente las escenas rocieras han pervivido hasta nuestros días, evolucionando desde el punto de vista técnico y ahondando en el detalle y los matices de las escenas, cada vez más complejas.
En las obras de Francisco Hidalgo o Mario Díaz se puede apreciar esta tendencia: los artistas se recrean en el detalle de las ropas y los ornamentos, añadiendo realismo en cada pincelada para acercar al espectador el sabor de una de las romerías más antiguas del sur de España.
A este perfeccionamiento técnico contribuye también la riqueza del dibujo y la plasticidad de las luces reflejadas en los lienzos.